16 enero, 2008

Cuando la noche cubre la luz del día


The killing of a chinese bookie (1976) del norteamericano John Cassavetes, fue presentada simultáneamente por primera vez en el cine Village y el Bruin (dos cines que quedaban en la misma calle, uno al frente del otro, para ser más exactos) con un lleno rotundo que para la época suponía y reflejaba el interés de un público del que Cassavetes había llamado la atención desde su primer largo titulado Shadows (1960). Lo curioso, sin embargo, fue que terminado el estreno todos miraran a Cassavetes con más repugnancia que admiración. Los espectadores salieron indignados de las salas comentando a las personas, que esperaban impacientes su turno, que no perdiesen su tiempo en una película desagradable y que además no justificaba los dólares que habían pagado por su estreno. Las consecuencias y la determinación fueron inmediata entonces, pues no pasaron más de seis días en cartelera y The killing of a chinese bookie pasaba a la historia del cine como un filme más, sin pena ni gloria. La historia de un ex veterano de la Guerra de Corea (interpretado de manera pulcra por Ben Gazzara), adicto al juego, dueño de un bar nocturno en California que lo pierde todo de la noche a la mañana no llamaba la atención a un público acostumbrado a películas de contenidos poco exigentes. The killing of a chinese bookie tuvo el mérito de no ser aplaudida en su tiempo y ese quizá fue su mayor logro pues causó luego la interrogante, por qué una película que trasmitía un mensaje tan cercano a nuestra condición no logró conmover a su debido tiempo a esos espectadores que salieron gritando e incentivando a los demás que no la vieran.
El tema que desarrolla Cassavetes en esta película es la consolidación de quien ve materializados sus anhelos y a la par destruidos. Lo primero que observamos es a un personaje de nombre Cosmo Vitelli, hacedor de sus propios espectáculos nocturnos que presenta a diario en el famoso Crazy Horse West, una especie de antro de pueblo con el mayor atractivo artístico entre los concurrentes, “el señor sofisticación”, una performance al más puro estilo dadaísta: una escenificación absurda de un hombre obeso, rodeado de mujeres hermosas que corren despavoridas con pistolitas de juguete por un escenario de madera ante el aplauso inimaginable de un público complaciente y con el sentido estético derruido por el morbo y la ansiedad de esperar algún desnudo.
A lo largo de la película notamos que el fuerte apego de Vitelli hacia el póker será uno de los enemigos vitales que lo hará visitar un bar vecino al suyo y luego de apostar una fuerte cantidad de dinero perderlo todo, hasta su tan querido local. La imagen de Vitelli en la limosina acabado el juego nos muestra a un hombre fragmentado, acompañado de las tres mejores chicas del local y sin embargo más solo que nunca. Vitelli de pronto adquiere un matiz fúnebre, sabe que lo ha perdido todo, la roja flor que sostiene en la solapa de su impecable smoking parece adquirir entonces el mismo tono que su desencajada mirada. De pronto entendemos la tesis de Cassavetes al mostrar en The killing of a chinese bookie lo terrible que puede ser cruzarse de manera fortuita con los aniquiladores de sueños. Esas personas aladas como buitres que esperan el menor desliz para hacer leña del árbol caído. Cassavetes maneja con precisión estas emociones, las hilvana, las controla, nos persuade y nos involucra en la historia. Le suma a este conflicto el casting (¿acaso el último?) que Vitelli le hace a la camarera de un café cercano al Crazy Horse West. Entonces, mientras lo observamos dirigirse hacia su bar, ingresar y encender las luces del escenario para luego colocar la música adecuada para la audición, encontramos en esos instantes toda la capacidad de este director para armonizar emociones, imágenes y música. Cassavetes hace que Vitelli que hasta horas atrás reía y miraba el mundo con despreocupación mire desde la oscuridad envuelto por los anillos que va formando su cigarrillo, como si de pronto mirase desde la propia oscuridad su propio fracaso y lo intentara disimular viendo algo hermoso.
No me causaría sorpresa saber que si proyectaran en estos días The killing of a chinese bookie la reacción del público fuera la misma que hace veinte años. Existen películas que logran un simbólico mensaje partiendo de planos diferentes a los acostumbrados y ésta no es precisamente una película como aparentemente se estima. The killing of a chinese bookie es magnífica porque tiene la capacidad de mostrarnos a un John Cassavetes artista, mostrando lo que es para él su poética fílmica, una constante lucha por no seguir los cánones impuestos por industrias cinematográficas.
Una película esencial para poder conocer a este estupendo director que nos muestra con este filme que no hay nada más terrible que cuando la noche cubre la luz del día y se lleva lo que más queremos.

El jardín de los Finzi Contini


El jardín de los Finzi Contini
Giorgio Bassani
Editorial Seix Barral

El mundo es más pequeño de lo que uno cree. El jardín de los Finzi Contini llegó a mí de pura terquedad. De esa terquedad que poseemos los lectores cuando nos encaprichamos con un libro y lo buscamos por donde diablos sea. No importándonos nada, ni que la señorona esa de la Feria Internacional del Libro nos diga hasta la saciedad (luego de estarla jode que jode) “No, muchacho, ese libro no lo tengo, te lo he dicho la semana pasada… espera, ¿tú no eres el mismo del año pasado?”
Yo sabía que podía conseguirlo en alguna librería, pero mis bolsillos ya no estaban para gastos de tipo librería del Perú. Una tarde, de esas en las que el sol alumbra, no recuerdo, exactamente, que estaba haciendo por el Centro de Lima, pero recuerdo que caminando por la avenida Uruguay me topé con una tiendita misia, (de esas que los lectores solemos subestimar) y entré, (también por esa extraña intuición de lector –comprador– desahuciado) cuando vi el título del libro lo primero que hice fue cogerlo delicadamente y antes de abrirlo recuerdo que me dije como si fuera ayer “que no esté cagado, por favor, que no lo esté” y hoja por hoja, empecé a revisarlo y quedé ahí por 253 segundos, suspendido, casi sin respirar. Para sorpresa de la vendedora lo dejé en su escaparate con una indiferencia olímpica, cogí otros textos y pregunté por sus precios. La había confundido (un amague a lo Garrincha) de eso estaba seguro. Volví a preguntarle ahora por el libro de Bassani con más indiferencia de la que nunca pude jamás haberme imaginado. “tres soles nomás, dijo”. El libro estaba intacto, era original y me costaba 3 lucazas, ¡qué más podía pedir! lo pagué sin titubear y salí de esa tiendita misia a paso acelerado con el bendito libro que sujetaba entre mis manos y que presionaba fuerte por si las moscas.
Todo el trayecto a casa no le quité la mirada de encima y lo leí pausadamente cuando llegó el momento, como si disfrutara de algún agradable menjunje limeño. Entonces empecé a conocer a Micol, la chica mala de la historia (como diría la china María Emilia Cornejo), y empecé a conocer a los Finzi Contini, una familia de judíos radicados en Ferrara antes de que explote la II Guerra Mundial. Solo entonces pude comprender por qué es precisamente este libro el que consagró a Bassani. Un magnífico escritor al que le debemos entre otras tantas cosas haber leído Il Gattopardo, la obra de Giuseppe di Lampedusa (obra que rescató de las huestes fascistas de Mussolini cuando decretó éste sus leyes racistas.) Estoy seguro que este libro he de recordarlo no solo por lo que me costó conseguirlo sino por lo que tardé en obtenerlo. Y sí, señores, valió la pena haber jodido tanto.