16 febrero, 2009

The Wrestler de Darren Aronofsky (*)



Cuando uno decide ver una película de Darren Aronosfsky está implícitamente aceptando las reglas de juego que éste último propone. Creo no equivocarme, pero las personas que empiezan viendo alguna película de este director estadounidense quedan atrapadas por la forma como nos presenta algún tipo de drama, desde Réquiem por un sueño, por ejemplo, en donde cada uno de los personajes tiene su propia sonata que anhela ver lograda su aspiración, pasando por Pi, donde la búsqueda por llegar hasta el final de un objetivo convierte al personaje en una sombra de histeria y locura, hasta La fuente de la vida (su film más abstracto) Darren Aronosfsky ha mostrado ser un director diferente.
The Wrestler (El luchador) su última película así lo demuestra. Sus primeros veinte minutos pueden herir la susceptibilidad de cualquier espectador, y es que las crudas batallas a manera de flashback que reconstruye Randy (Mickey Rourke) mientras es atendido por paramédicos en los vestidores están cargadas de una violencia poco tácita. Ver a un personaje como Randy además nos hace ver cómo es ese espectáculo de la lucha libre que aún sabiendo sus espectadores es toda una parafernalia de movimientos bien ensayados les causa emociones descomunales. Sin embargo, Aronosfsky va más allá de ídolo que sube a las cuerdas y es un pequeño dios mientras dura la pelea, pues nos cuenta el drama personal.
Los espectadores, claro está, no saben de la tragedia de su peleador, ellos sólo corean el nombre de su favorito mientras está en las cuerdas, y esperan el golpe al rival, las llaves ensayadas, y por último, el golpe final. Randy como todo ídolo también posee su propio movimiento. Se para en una de las esquinas de las cuerdas, se lanza, cae pesadamente sobre su rival y gana. Siempre gana.
El drama de ser un luchador entrado en años lo hace darse cuenta que está realmente solo. Alejado de su hija por muchos años intentará acercársele para hacerle saber que ha sufrido un severo ataque cardíaco. Entonces su propio infierno empieza.
Lo que atrae aún más en The wrestler es ver a las personas que rodean a Randy. Todas ellas pasan por infiernos distintos. Para empezar el infierno de su hija, abandonada por un padre que aparece justo cuando está a punto de convertirse en pedazos de carne; el de la bailarina que es capaz de dar soluciones a problemas ajenos menos al suyo propio o el de las viejas glorias de la lucha libre que yacen rodeados de fans que han olvidado sus nombres. Los personajes en The wrestler sencillamente están tentados al fracaso si es que no son fracasados. Randy yace en el abismo y cae. Decide cambiar de vida, ser otro, aprender a ser aceptado tomando otro oficio, lo difícil entonces para él será olvidar su pasado: la multitud coreando su nombre, aplaudiéndolo, admirándolo.
Ha cambiado su apelativo de El carnicero por ser un triste repartidor de carnes en una tiendita distrital. Hasta que, claro está, explota. Y es entonces donde vemos a un Mickey Rourke impecable y a un verdadero luchador. Aquella persona que se levanta por más enfangado que esté, y renuncia a un trabajo que no es el peor de todos pero en realidad sí lo es.
Aronosfsky tiene ese don, meternos a una historia en la que más de uno puede llegar a preguntarse ¿cómo puedo llegar a reconocerme en un peleador como este? Lo increíble de todo es que llegada la última escena cuando Randy coge el micro y dice por qué está nuevamente de pie, somos nosotros los que lo aplaudimos intentando ser un fanático más. Su corazón aunque parece querer impedirle su proeza no lo logra. Randy se para en una de las esquinas de las cuerdas, se lanza, cae pesadamente sobre su rival y gana. Finalmente la vida es la batalla de todos en diferentes rings.





* La foto ha sido tomada de El Comercio que así mismo ha sido tomada de un diario de España que así mismo ha sido tomada de un fanzine de fanáticos de Micky Rourke que desean tanto como yo que gane el Oscar a mejor actor. A rezar.