30 julio, 2010

"The cove" de Louie Psihoyos


“Si no podemos detener esto, si no podemos enmendar esto
olvídense de los problemas mayores. No hay esperanza”

Ric O'Barry

Que te pinchen el lomo no ha de ser muy bacán que digamos. Que te metan a un espacio tan pequeño en donde tu libertad quede supeditada a un metraje mal calculado tampoco ha de ser lo mejor que te ha de pasar en la vida. Que te quejes con la mirada y que todos crean que por tu sonrisa tallada a tu rostro la estás pasando de puta madre debe ser simplemente un infierno. Que seas sensible al sonido y que para colmo un grupo de asiáticos te metan a un lugar en donde lo último que existe es el sonido moderado y lo que abunda a cambio son los aplausos barbaros mezclados con el jolgorio gravitante de la ignorancia en pleno siglo XXI, es, discúlpenme que lo diga así, una mierda.
Acabo de ver The cove, el documental de Louie Psihoyos, con un ojo abierto y otro cerrado, girando la cabeza hacia un lado cuando las imágenes así lo ameritaban, acabo de darme cuenta que no es la gripe la que me tiene tumbado en la cama sino las imágenes del documental, ese martillear que obliga a los delfines a quedar atrapados en las orillas de Taiji se repite aún en mi cabeza como un eco, esa queja submarina que es un cantico largo y tenue me aniquila, me desarma, me encabrona y me enfurece.
Acabo de darme cuenta que esos seres inteligentes ni se ríen ni están felices en esos delfinarios en donde los hacen saltar como locos posesos de sus acrobáticos juegos bajo el agua. No sonríen, están tristes, muchos de ellos estresados por los aplausos optan por el suicidio, una particular forma de autoaniquilamiento en donde el delfín inhala el aire fuera de la superficie creándose serios problemas respiratorios. El estrés los mata por eso el hombre le inocula sedantes para disque relajarlo cuando en realidad lo está dopando, entonces sucede lo más trágico, el animal de la sonrisa eterna sufre y los asistentes creen estar viendo el espectáculo de sus vidas acompañados de sus hijos quienes alegres e inocentes aplauden, aplauden y ríen.
Un delfín viaja en su hábitat natural 64 kilómetros, es un capo del mar, un rey de las olas, ¿cuántos kilómetros creen que lo hace en un delfinario? Un delfín es tan inteligente que en el mar su comunicación acústica puede notar el latir de un corazón puede ver los huesos de una persona e incluso notar si está embarazada, cualquier sonido que emitamos será medio de contacto entre ellos y nosotros. En Taiji, poco o nada les importa esto, dicha zona es una de las mayores exportadoras de delfines a los principales delfinarios del mundo. Y por qué hay quienes gustan de ver delfines saltando en piscinas y siendo guiados por sus entrenadores, pues todo se remonta a una vieja película llamada Flipper en donde el personaje principal era un delfín interpretado por aproximadamente diez delfines debidamente entrenados, a partir de dicha película la industria de los delfinarios fue en aumento y fue la debacle para todos entonces. Parte de responsabilidad la tuvo Ric O'Barry alguien que trabajó para la película Flipper y quien se dio cuenta luego del suicidio de su delfín de nombre Kathy que estaba siendo parte de una de los trabajos más egoístas del mundo, trabajando con animales en cautiverio que sufrían y optaban por su suicidio, cabe agregar que Kathy se suicidó en los brazos de Ric y sólo entonces este hombre se propuso liberar a cuanto delfín se encontrase en cautiverio el resto de su vida.
Ric ha pasado diez años luchando por la caza indiscriminada de delfines en las costas de Taiji y ha logrado con The cove mostrar al mundo uno de los documentales más importantes en mucho tiempo. Reclutando desde personas especializadas en buceo hasta expertos militares logró infiltrar cámaras ocultas en rocas modeladas por artistas que captaron lo que es en verdad Taiji, una costa en donde la barbarie, la estupidez y el egoísmo se mezclan con el lamento de aquellos delfines que intentan huir de una muerte segura, capturados con los métodos más rústicos que una persona se puede llegar a imaginar.
Una sola imagen habla por mil palabras y es la costa de Taiji teñida por la sangre de aquellos delfines rodeados por el canto más visceral de la Tierra, ese que emite el hombre.