16 julio, 2008

Carta a Roberto Gómez Bolaños




Como no esbozar una sonrisa infantil al verte, como no recordarme con pantalones cortos sentado en el inmenso mueble azul de la sala, con los ojos empapados en lágrimas por ese capítulo cuando empacabas tus miserias que eran las más esenciales para no perder la inocencia, para ser feliz. Cómo no recordar que tus alegrías fueron mis alegrías, que tus bromas fueron parte de mis bromas, cómo no aceptar que tu atípico llorar es tan único como tu imaginación. Cómo no decirte que de los primeros tú eres el mejor sin caer en huachaferías.

Lo único que sé es que cuando nací tú ya estabas ahí, con una gorrita deshilachada y una muda de ropa única y lista para la ocasión, con esa inmensa sonrisa cubriendo toda la pantalla, llenando los corazones de esa ternura tan bondadosa, tan infantil, tan traviesa. Lo único que sé es que de niño cada pan con jamón que degustaba me remitía cierta nostalgia, y esa misma nostalgia está todavía aquí, inamovible, imperturbable, porque han pasado tantisisímos años y yo sigo aún sonriendo cada vez que te observo, porque aún los ojos se me pueblan de ese líquido cristalino que todos llevamos en el corazón y que tú nos lo hiciste recordar no una sino miles de veces, en cada capítulo, en cada escena, en cada media hora que duraba un programa tuyo.

Nosotros los que fuimos niños te debemos tantas cosas, tantas lecciones aprendidas. Sentados frente al televisor nos hiciste creer que se podía forjar hombres tan nobles como una lechuga y tan fuertes como un ratón. Nos viste crecer, nos viste hacernos hombres, nos viste soltar una lágrima y nos enseñaste que lo más esencial no se lleva en una maleta porque lo más esencial es aquello que empacamos en el corazón. Estuviste a nuestro lado en cada minuto de nuestras vidas, y aunque no lo sepas nos aislaste de la mismísima soledad, la agarraste a chipotazo limpio sólo con tu presencia sólo con tu talento y amor, no obstante, nos enseñaste que un héroe puede carecer de miedo pero no de valor.

Hoy este país se detiene al verte pasar sólo para acercarse a ti y decirte “Gracias por hacerme feliz” y ese es el premio más bondadoso para un hombre como tú. Alguien que escribió tanto y que algunos se atrevieron a comparar con el mismísimo Shakespeare, justo símil que te convirtó en el pequeño Shakespeare, en el Shakespeare de México, en Chespirito, ese artista que hoy recibe los aplausos que cosechó durante toda una vida. Ese artista que tiene la genialidad de no saberse un genio. Ese artista que se despide de Latinoamérica para siempre. Ese gran hombre al que todos le debemos algo de nuestra pequeña felicidad.

Cuantos capítulos han quedado cincelados en mi memoria, cuantos diálogos afloraron naturalmente, cuántas veces lloré, cuántas veces sonreí, cuántas veces entraste en mi casa y me volví a sentir un niño más. Dime, ¿lo sabes? Si no sabes la respuesta no te preocupes, yo también perdí la cuenta. Pero lo que no puedo olvidar es que de nadie aprendí primero la palabra justicia sino de ti, de tus personajes, de esos pequeños hombres que tu imaginación creó y que estoy seguro, fuiste tú en algún momento de tu vida. Porque nadie elabora una obra ajena a sus experiencias y tú querido Chespirito supiste más que nadie lo que era adolecer de ese mal latinoamericano y casi bastión de nuestra cultura llamado hambre.

Ahora, sin chipote chillón ni caídas estridentes, cual chapulín de un salto has llegado a esta parte del mundo que no ha sabido encontrar la palabra exacta para decírtelo todo y de una vez por todas, causa de ello son las infinitas muestras de cariño que han tenido todos para agradecerte lo que tú nos diste “Gracias, maestro”repetirán una y otra vez, no se cansarán, han llevado casi todas sus vidas riéndose con tus repetitivas ocurrencias televisivas que más de uno se ha quedado atrapado en el tiempo. No se cansarán de agradecerte ni de seguirte ni de olvidarte ni de mirar tu programa. Rompiste la barrera del tiempo con tu humor y a nosotros que carecemos de sonrisas nos caes como anillo al dedo, al parecer todo está fríamente calculado y es más que eso.
Sospechamos que tú nos comprendes, y cuando mañana partas de esta esquina del mundo recuerda que por aquí sólo intentamos darte un poquito de lo mucho que tú nos diste cuando fuimos pequeños, te debemos tanto que es posible que mis líneas hayan sido sin querer queriendo, pero sería mentirte, éstas líneas que cierran mi carta antes de que aparezca el punto de despedida fueron las primeras líneas, que me atrevo a decir, escribo con el corazón.