Me confieso. Soy un lector impedernido. No puedo dejar intacto mi fin de mes ni esperar a navidad para leer lo último de mis autores favoritos. No puedo mirar ni siquiera con desprecio mis libros. Los ordeno, los abro, los huelo, los saco de su funda, los cuido, sí, los engrío.
Soy caserito de una librería peruana del Perú,perdonen la tristeza.
Ahora me pagan por hablar de libros, y lo que es más insólito "evangelizo" culturalmente a mis alumnos, no les enseño literatura, les enseño a querer a la literatura (porque seámos sinceros, cualquier imbécil podría enseñar un curso en un colegio del Perú). Ojalá hubieran en clases Constantinos Carvhalos o Luis Jaimes Cisneros, si fuera así este lugar sería otra cosa.
La esencial diferencia entre un profesor de lengua y literatura y un literato es que algunos profesores son muy pudorosos, que de esto hablo y de esto no, dicen, que este libro no tiene moraleja y que este sí. Yo soy todo lo contrario a ellos. La literatura es morbo, me atrevo a decir en clases, en esas largas horas donde monologo y ni yo mismo sé de donde me brotan las historias, en aquellos instantes en donde me desconecto y me confieso, hago terapia -gratuita- y releo a mis autores favoritos. Contagio a mis alumnos con las mismas historias que me convirtieron en lo que soy, un amante de los libros, un sujeto que se podrá cansar de muchas cosas en esta vida, pero jamás de abrir uno, de cerrar otro para volver a lo mismo.
Ellos (mis alumnos) a lo lejos me miran, termina la clase y uno que otro se me acerca tímidamente, me piden que me quede, que siga, que no pare, que mande a la mierda al profesor de educación física que ha llegado con su pelotita cojuda y habla de fútbol y ni siquiera les ha intentado hablar de que en un tiempo no muy remoto, teníamos verguenza deportiva, y eso es historia, y la historia está en los libros, y los libros se han hecho para leer.
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