09 mayo, 2009

Gran Torino de Clint Eastwood


Ese hombre flaco es realmente un genio. No le importó que al día siguiente tendría que estar parado más de seis horas frente a muchachos que no justificarían mis ojeras de cinéfilo madrugador ni mi cara de sueño. No le importó que fuera su voz la única que resonara en el segundo piso de mi casa, ni mucho menos le importó que todos se hubiesen tendido a los brazos de Orfeo, mientras este, su fiel admirador, ingenuamente se atrevía a pensar para sus adentros que vería media horita de su última película y la otra media horita la dejaría para el día siguiente porque “mañana hay que trabajar” (¡que ingenuidad la mía!).
Clint Eastwood y sus magistrales clases de buen cineasta, me pusieron palitos de fósforos en los párpados, y los ojos entonces se me hicieron menos cansados, y la noche me pareció menos corta porque a pesar que el reloj cabalgaba descontroladamente supuse que no se descansa porque se duerme las ocho horas sugeridas en un día, sino que por el contrario, se descansa porque se duerme feliz. Feliz como yo, que terminé la película y no pude aguantarme las ganas locas de llorar como un niño que ve la despedida de uno de sus actores y directores favoritos. El mismo que alguna vez mi padre me presentó (sin saber quién diablos era) en un cinta VHS diciéndome “¿Ya viste esta?” y yo que por aquel entonces solía ver todo aquello que cayese en mis manos, parado frente a él con pantalones cortos, carita ingenua, curiosidad latente, dije “No, papá” y de inmediato él prendió el televisor frente a mí y vimos —llegada la tarde— no una sino varias películas, y mi madre gritaba desde la cocina qué haces viendo eso con él, y yo no sé si aquello lo decía ella por mí o por mi padre.
Ese fue mi punto de partida con Clint Eastwood. Una simple casualidad, la mejor forma de conocer lo eterno. Ahora mucho tiempo después, Gran Torino me tomó esas dos horas que tanto me costaron al día siguiente levantarme. Pero qué importa, ni siquiera esa tarjeta tostadora acusando mi tardanza con ese rojo rojísimo, pudieron quitarme ese gustito medio extraño de decirle a quien se me cruzara por el camino que no dejara de verla, que sería un pecado no verla, que si no la ven...y no me importó esta vez que me miraran con cara de oye qué rareras te gusta ver, no me importó en absoluto ello, yo sólo sé que el viejo y sabio Clint tiene un maravilloso don para contar historias, un gran talento que se ha pulido con el correr de los años, y una particular y clásica forma de concebir el cine, y eso me basta porque me gusta.
Superhéroe al fin y al cabo, Clint Eastwood interpreta a Walt Kowalski, personaje recóndito, huidizo, huraño, anacoreta, irónico quien muestra y esconde los más recónditos secretos de un hombre que peleó en Korea, y sabe de venganza y sangre como cancha. Una extraña mezcla de Harry el sucio y justiciero de barrio. Walt Kowalski, un alter ego, evidente de Clint, alguien que lo tuvo todo y que ahora, ve que ha llegado no el momento de despedirse sino por el contrario de emularse, como sólo los héroes de guerra preferirían recibir a la muerte como sólo un kamikaze aceptaría su destino final. El mundo ha cambiado, dice Walt Kowalski, y yo te entiendo viejo Clint, en el fondo tu metáfora de la vida es una metáfora de cómo tú mismo vez al cine, ha cambiado, sí y mucho. Por eso en un mundo de matones y segregaciones raciales tú prefieres ser una especie de vaquero que mueve los dedos rápidamente esperando ese segundo de gloria que te permita sacar la Magnun calibre 45 y ser otra vez el héroe para volarle los sesos a los malos, pero los años no pasan en vano, y el odio como la venganza no es tan sabia como la justicia, esa palabra que ahora sólo los locos buscan en cada esquina. A cambio de esa arma de fuego brillante y bien aceitada mejor sería sacar un Zippo y demostrarle al mundo qué tan tetudos podemos llegar a ser si pensamos sólo en vengarnos y no enseñar nada a nadie, sobre todo a quienes vienen detrás nuestro.
Gran Torino, se llama la culpable, que me detuvo más de dos horas frente al televisor mordiendo la almohada, y sintiendo quizá lo más parecido que sentí cuando vi por primera vez Million dollar, baby. Llegó un momento y no sé exactamente cual fue en que relacioné ambas películas. La adopción de Frankie Dunn (Clint Esatwood) hacia la boxeadora (Hilary Swank) es tan parecida a la que Walt Kowalski hace hacia Thao. Y llama la atención aún más porque todo lo que odia durante la primera media hora de ambas películas termina siendo su única manera de volverse a sentir vivo.
No sé si realmente esta es (como afirman por ahí) una de las últimas películas que dirigirá Clint Eastwood, lo único que sé es que si durante toda su larga carrera llovieron críticas sobre él acerca de su extremado cuidado de las formas de concebir sus cintas, no sería justo ahora devolver esa tan asidua crítica, y reducirla a la simple pregunta ¿es que acaso no era necesario ello para separar la paja del trigo?

2 comentarios:

koolauleproso dijo...

Desde luego, la película es impresionante (veo que compartimos devoción). Y una buena noticia: no será la última dirigida por él (ya está rodando una "biopic" inspirado en la vida de Nelson Mandela -protagonizada por su gran amigo Morgan Freeman-), pero ¡Ay! sí será su última aparición delante de las cámaras, que ya es bastante tristeza, pues se va un actor excepcional, icono del mejor cine clásico.

Anónimo dijo...

muy buena pela, y la de wil smith, justo la habia visto hasta la mitad, y hoy acababa la otra parte, nos vemoss.

pablo