09 noviembre, 2009

Futuro incierto


En una sociedad como la nuestra aspirar a un óptimo nivel educativo es casi una utopía. Seamos sinceros, en este país a muy pocas personas les interesa el tema educación. Pero si aspirar a un buen nivel educativo es una utopía, tener maestros aptos para dictar sus respectivas materias es casi como intentar capturar al mismísimo Minotauro (con cachos y todo)

No es sorpresa para nadie que en el Perú ser maestro es una cuestión de trámites y paciencia. Veamos, un maestro sea de cualquier universidad del país pasa cinco años de su vida dentro de una universidad la cual, una vez terminado esos cinco años le entrega al alumno un certificado (llámese Bachiller) por haber concluido esos cinco años de esmerado y sacrificado estudio, terminada la carrera, dicho maestro tendrá dos opciones para aspirar a la tan ansiada licenciatura, el primer escalafón que todo profesional realiza en su larga vida académica.

La primera opción será la de escribir una tesis de investigación que demuestre que cinco años no pasan en vano e inmediatamente presentarla ante un jurado –uno termina preguntándose al último qué diablos hicieron esos gaznápiros del jurado para evaluar a alguien, pero eso es otro tema-, si de pronto a este jurado insigne le convence (o terminan entendiendo la investigación propuesta) le otorgarán previas fotitos del recuerdo el grado de licenciado al esmerado alumno, y ahí mismito mismo Chaparrón Bonaparte, el titulado cual pavo real podrá exigir al mundo entero que por favor se le llame bajo el nombre de licenciado. Habrase visto…

La otra opción que podrán optar los maestros es la de matricularse a un cursillo para obtener dicha titulación, estos cursos que por lo general se aperturan descaradamente en nuestro país y sin ningún control por parte del estado reparten títulos académicos que para quienes no son maestros de profesión – como en mi caso- terminan siendo un acto casi delictivo. Muchos de estos licenciados que ingresan a los colegios no son más que acémilas que en lugar de cumplir con el rol para el cual han estudiado terminan desmotivando a muchachos que terminan siendo el fiel y más claro reflejo de una educación apática y mal estructurada desde sus bases.
Un licenciado de educación es considerado por la sociedad “un sujeto digno de respeto”, por los alumnos una persona “brillante” y por las autoridades de muchos colegios “un modelo a seguir”, muchos alumnos me preguntan por qué mi nivel académico es distinto al de un licenciado peruano, la respuesta es simple, gracias a dios no estudié para profesor. Sin embargo, debo señalar que me he visto envuelto en este embrollo desde hace un buen par de años y créanme que cada vez que hablo de los maestros peruanos me dan escalofríos. Sin generalizar me atrevería a decir que la gran mayoría de maestros o no saben hablar o redundan en sus argumentos repitiendo hasta el cansancio la misma idea. No leen, no se preocupan por estudiar más, quizá por factores que los antropólogos llaman sociabilización, se casan, tienen hijos, y trabajan para sobrevivir. Resultado. No hay tiempo para nada, ni para estudiar idiomas, ni para capacitarse (al último las capacitaciones terminan siendo incapaces de mejorar a alguien que en cinco años de vida no se preocupó por no ser uno más del montón. A alguien que no le agradó nunca mejorar no le van a inyectar una sustancia de brillantez en tres meses cuando toda su vida nunca fue más que un completo desastre, ¡por dios!)

Sencillamente el problema es más grave de lo que uno piensa. Cada vez egresan de las universidades nacionales y particulares más y más maestros (sin contar los institutos donde más que formar maestros los deforman), son como una plaga. No sé de qué lugar exactamente los exportan, (lo peor de todo es que no lo sé), no sé qué hicieron durante cinco años de su vida estudiando pedagogía cuando ante el menor gesto desadaptado de algún alumno silvestre estos maestros que son los indicados para sacarlos de su apatía terminan expulsándolos de las aulas a quienes en el fondo sólo piden atención y ayuda. La pregunta es ¿para eso estudia un maestro? ¿Qué enseñan en las aulas universitarias las principales universidades de este país? Esa es una pregunta que me ha rondado muchas veces en el trayecto del trabajo a mi casa. Nuestra educación peruana está enferma, enferma de gente incapaz y resignada a ganar dinero con el tema educación y no hacer algo por la educación. Lo poco que he aprendido en estos años es que hay alumnos que saben diferenciar el nivel de sus maestros, y son a ellos a quienes terminan respetando y quizá hasta queriendo.
Las instituciones privadas son un lágrima aparte –las encargadas de diferenciar el nivel educativo se hacen de la vista gorda- están plagadas de personas que quizá no deberían estar en los puestos que están. En esos casos vemos la dedocracia (que no es màs que la argolla) como forma de “organización” y se practica casi nulamente la meritocracia, el mérito que convierte a tu superior en alguien a quien tú admiras o como mínimo respetas. Aquí no es así, para nada. Aquí tu “superior” es tu “superior” porque su familia le dijo que algún día sería el superior de alguien o para hacerle sentir que en el fondo, pero muy en el fondo no son tan malos como dicen que son. A ellos sólo me queda decirles que hay formas más inteligentes y menos descaradas de tomarle el pelo a alguien.

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