16 julio, 2009

Thanks for all, Luchito


Definitivamente, Lucho es uno de los poetas que más admiro y a los cuales he llegado como a tantos otros, de puro oído. La primera rareza que oí de él (sus poemas son aves raras y maravillosas a la vez) fue el famosísimo, Te amo V-1 Eres un amor Irracional, y a pesar que han pasado varios años desde que oí aquel verso –que una amiga utilizó en uno de sus poemas como epígrafe–, no puedo olvidar la curiosidad que me provocó la existencia de ese poeta por aquel entonces completamente desconocido por mí. Creo, y de esto no ando muy seguro, que lo primero que hice fue buscarlo por la Internet, esperanzado de encontrarlo a él y a sus maravillosas aves de papel que ya empezaban a agradarme. Para mis males, encontré muy pocas de esas rarezas; a cambio de ello y como premio consuelo, empecé a hacer otra de las cosas que más me agrada, indagar en la vida del autor, una vida que descubrí aparentemente normal, y como todos sabemos, digna de sospecha. Y aprendí que hablar de Luis Hernández es hablar de su eterna Betty Adler, de sus amigos, aquellos a los cuales Lucho les regalaba sus famosos cuadernos que contenían maravillosos poemas escritos con plumones, colores y crayones, es hablar de Charlie Melnik, Billy The Kid, de gente que después de su suicidio en Buenos Aires se atrevió como Nicolás Yerovi, por citar un ejemplo, a editar sus libros con el corazón en la mano, es hablar también de un poeta del que poco o nada nos enseñaron en el colegio, es hablar de música.

Mi primer Amor
Fue la Música
Mi segundo Amor
Fue el Amor
Mi tercer Amor
Fue triste
Y feliz.

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No conseguía ningún libro de Luis Hernández por más que los buscaba, me paseaba por el Campo Ferial Amazonas, y excepto uno que otro librero de mi consideración el resto no sabía ni un pepino de Lucho, había desaparecido porque así, y yo lo quería más después de que esa misma amiga que lo utilizó como epígrafe me hiciera ver un libro suyo, viejito casi a punto de romperse, y al azar nomás me topé con el poema

Cuando quiero escribir
Algo no lo hago

Porque la serenidad
Y la tristeza

La risa
O el teléfono

Me pretextan

Hacia la vagancia.

Y sonreí, recuerdo que sonreí, mi vagancia por aquel entonces para todo, hasta para escribir le hacia guiños a Luis Hernández, era uno de esos famosos cuadernos por los cuales patoneaba desde La Colmena hasta Abancay, y moví rápidamente otra vez las hojas como quien no quiere la cosa.

Yo hubiera sido
Premio Nobel
De Física

Pero el mar
La cerveza

Y un amor

Me lo impidieron


Y fue entonces que el hechizo se conjuró, simplemente me recagó este patita, y aunque quise robármelo no pude. Ella, mi amiga me remató contándome que lo había conseguido en Amazona a precio de infarto.
– ¡No puede ser!– le dije angustiado
– Sí, claro que sí, mira la pasta, ¿no es linda?

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Los meses pasaron, los números se cumplieron en los años que desde aquel entonces solían demorarse más. Antes de acabar la universidad recuerdo que lo único que pude conseguir de Luis Hernández fueron Los poemas del ropero, en una tiendita misia del Jirón Quilca que me los vendieron de paso a precio de campeón, quizá ese ha sido mi único consuelo desde aquel entonces, un consuelo un poquito reparador, suficiente para vivir desde entonces.
Pensé en cosas locas también:
Recuerdo haber planeado en robarme los libros de Luis Hernández de la biblioteca, pero mi tristeza fue el triple cuando me enteré que no tenían ni la pasta. Ni siquiera lo manyaban al inaprensible, Lucho.
Hasta soñaba que tenía uno de esos famosos cuadernos que todos afirmaban tener en sus bibliotecas, me veía caminando, en el sueño, bajo los pasillos de la universidad con uno de esos libros de colores tan a lo Andy Warhol, no había leído más de quince poemas de Luis Hernández por aquel entonces, y sin embargo yo ya sabía que Luchito sería uno de mis poetas favoritos. Tiempo después lo encontré en la página de Beto Ortiz, y mi morbo por saber más de Luis fue en ascenso, para variar me enteré allí que el cine también le agradaba a Lucho, era algo definitivo, Lucho y yo teníamos muchas cosas que nos unían, recuerdo haber comprado en el pasaje 18 de Polvos Azules películas de Resnais, Fellini y Pier Paolo Pasolini por el sólo gusto de imaginarme qué habría sentido él (Lucho) al ver a estos maravillosos directores.

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Mi alegría se vio desbordada hace aproximadamente un mes atrás, pues me obsequiaron La soñada coherencia de Luis Hernández con un amor y un valor agregado que le da una cuota extra inimaginable. Lo terminé de leer hace poco, y aunque siento que quiero más a Luis Hernández, no pararé hasta hacerme de uno de esos cuadernos por más que digan que son difíciles de conseguir, por más que tenerlos suponga la propia cárcel.

El helio
Es un gas
Extraño
Y noble

Como el delicado
Corazón

De algunos seres.


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– ¿Y por qué a ti te gusta, Lucho?
– Que por qué– le dije
– Porque...
–Si me lo hubieras dicho antes te hubiera vendido mi librito morado a ti y no a mi amigo

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Luis Hernández Camarero hacia lo que quizá muy pocos poetas se atreverían a hacer en la actualidad, escribir poesía con los cojones bien puestos, sacarse no una fotito decente y bien peinadito, con el uniforme siempre impecable y olor a lavanda, no creerse nunca un poeta y escribir como si tan solo el hecho de hacerlo ya fuese el premio gordo. Lucho era otra cosa, definitely, my friends

4 comentarios:

Literalgia dijo...

gay tragasable, ave del paraiso, mariposa del campo, cabrilla congelada, por què borras los comentarios?

Eduardo Reyme Wendell dijo...

Ya no. Los siguientes 20 comentarios anónimos serán premiados con un ejemplar original de Duerme tranquila, Rebecca, habla te apuntas.

Anónimo dijo...

Facil Literalgia tambien te regala un ejemplar de su libro, o quizas te llegue a dar la promesa de que algun dia lo escribira y publicara

Eduardo Reyme Wendell dijo...

El libro ya está publicado.
Desde el 2007. Hay un ejemplar en el CCE y la Biblioteca Nacional de Lima. Te invito a que lo revises, y sino, léelo desde mi blog, te lo obsequio.
Thanks for read my blog,Anonymous (Anonymous parece nombre de gladiador)