10 noviembre, 2008

Los amigos que no perdí


¿Qué pasa cuando uno se da cuenta que el juego este que todos llamamos vida no lleva zapatos sino enormes botas cargadas de piedras filosas que nos hacen tropezar, y nos empujan al borde del abismo? ¿qué sucede cuando sientes que has despertado de un largo marasmo y las personas más cercanas a ti no se perdieron en esta bruma, en esta selva de cemento y brea, en esta ciudad donde esperar es mejor que correr?. Hace menos de una semana he sentido que nadie puede convertirse de la noche a la mañana en fantasma. Que por más que seamos seres que deambulamos en una ciudad fantasmal nada es tan justo como volver a ser quien fuimos sin miedo a nada. Nada es tan reconfortante como saber que siempre habrá momentos para el placer con la gente que uno más quiere. Nada es tan hermoso como saber que existen puertos en los cuales uno tendrá que varar su confianza para poder sobrellevar la monotonía que nos ahoga día a día. Muchas personas que quiero y estimo han vuelto, yo también. Algunos decididos a dejar de coimear a la soledad han encontrado “en esta puta ciudad” como dice Fito, un motivo para construir sobre el caos un poco de tranquilidad e intentar de nuevo ser feliz (http://www.tristezadelaciudad.blogspot.com/) , otros, por su parte, han bajado de algún Boing proveniente de Santiago de Chile con la única consigna de consumir “literariamente” todo (http://bunkerdelasoledad.blogspot.com/) al último lo encuentro más cercano a su condición, y aunque las curitas no parchan los corazones creo, definitivamente, que está siendo salvado, por estos días, por algún mágico encantador de la palabra, uno de esos hechiceros que nos envuelven la razón y nos sacan de esta realidad. Me da gusto saber que no los perdí, me da gusto sentirme un poco mejor, las penas cuando van compartidas son menos duras. ¡Gracias, malditos!