08 febrero, 2010

Fito Paez y Juan Sasturain

Carta para el Chino


Hace mucho que no sé de ti, Chino, la última vez que te oí, me contaste que te hiciste el muerto para que así te llevaran al hospital y puedas estar (al menos por unos días) con cierta tranquilidad, hace mucho que no tocas la puerta de mi casa con esa sonrisa tan cabrona y tan buena gente, hace mucho que no nos bebemos una ciudad, tomamos Colmena y nos peleamos con algún palomilla de mierda que se computa el matoncito de Quilca, hace mucho que no nos metemos ese trago que me enseñaste a chupar en el Tusuy Wasi, allá cuando yo apenas tenía una edad ingenua y creía que la universidad me serviría para algo y sólo tú fuiste el primer valiente que mandó a la mierda todo, a esos catedráticos hijos de puta que tanto te llegaban y que habían leído tanto que se habían olvidado que el mundo real tiene su propio lenguaje, ese lenguaje que tú manejabas a la perfección y que me enseñaste (nos enseñaste) cuando fuimos por primera vez a tu barrio de fumones, putas y maricas.
Hace mucho tiempo que no te veo y ya empiezo a extrañarte, cabròn, hace mucho tiempo que rezo y le pido a tu Sarita, a mi Sarita a nuestra Sarita que te cuide y que no te mande ningún negro zapatón porque para ti eso sería más que un premio una forma lujuriosa de empache, un coqueteo a la vida, un guiño ante tanta traba que nos da este inmundo lugar. Hace tiempo que sencillamente desapareciste del mapa, y no dejaste ningún puto número para ubicarte y a mí no se me ocurrió pero cojudez que escribirte estas líneas que ojalá lleguen a tus ojos rasgados de asiático suspicaz para que por fin aparezcas.
No sé (no sabemos) dónde coño estás, sólo creemos que alguien como tú no podría estar mal jamás, no debería estar mal jamás. Hace mucho que quiero tomar un carro directo a tu casa, tocar la puerta y decirte aquí estoy porque te estimo. Hace mucho que no te pierdes con la patota y créeme que puedo entenderte a la perfección, ser padre cambia a cualquiera, hasta el más maldito de todos los malditos.
Hace poco fue tu santo y me dio una nostalgia de mierda saber que puedas estar jodido sin nosotros a tu lado para que esa mierda se fragmente en partes equitativas, no quiero que pienses que te he olvidado, Chino, no quiero que pienses que nuestra amistad se limitó a ese jodido lugar llamado universidad en donde aprendimos que lo más valioso de ella fueron los amigos que hicimos y que hoy tenemos, los únicos quizá. Y para qué más, Chino, si nosotros juntos éramos capaces de causar el peor alboroto jamás visto en la historia de nuestra facultad. Si fuimos tan canallas que al flaco lo pasearon cuando quiso sacar sus papeles y pagó los platos rotos por todititos juntos.
¿Dónde estás, Chino? ¿estás bien? A veces entro a tu blog que es la manera más literaria de saber como te está yendo y veo el mismo post de hace más de un año que no se atreve a moverse de lugar. Sé que no te gustan esas formas extrañas de comunicación, sé que odias el celular tanto como el chat y sé que esperas que te llamemos o te busquemos o te raptemos, pero no sé dónde encontrarte, por eso escribo estas ridículas líneas con esta estúpida voz que las va leyendo conforme se van trenzando entre la rabia y la impotencia de pensar que puedas necesitar de nosotros en un momento difícil. Porque tú te las jugaste por mí (por nosotros) porque me demostraste el tamaño de tu coraza y tu resistencia ante esta patraña llamada vida. Pero ahora, no sé dónde encontrarte y eso me pone triste, no sé dónde llamarte, no sabemos dónde puedas estar o qué peripecia puedas estar viviendo, no sé cómo pueda estar Joaquín Orèn y eso me hace el peor tío de todos los tíos y tú y Joaquín no se merecen tanta ingratitud de parte mía de parte nuestra porque para ingratitud nos basta y nos sobra con nuestra familia.
Chino, amigo, dinos de una vez dónde jodidamente estás para irte a buscar y acabar de una vez con este cuento de nunca acabar.