29 mayo, 2009

Alejandro Zambra en El hablador

Francisco Izquierdo Quea: ¿Qué sugerencia les darías a los críticos literarios?
Alejandro Zambra: Que lean los libros enteros. Que los lean aunque estos tengan mil páginas.

Para leer la entrevista completa:http://www.elhablador.com

Lima, La horrible (¿amor u odio?)


"Lima se ha vuelto una urbe donde dos millones de personas se dan de manotazos, en medio de bocinas, radios salvajes, congestiones humanas y otras demencias contemporáneas, para pervivir (...) El embotellamiento de vehículos en el centro y las avenidas, la ruda competencia de buhoneros y mendigos, las fatigadas colas ante los incapaces medios de transporte, la crisis del alojamiento, los aniegos debidos a las tuberías que estallan, el imperfecto tejido telefónico que ejerce la neurosis, todo es obra de la imperfección y la malicia " (Salazar Bondy, 2002: 39-40)

18 mayo, 2009

Hasta siempre, Mario


A todos nos ha de llegar ese momento. Caray, pero qué difícil es aceptar esa frase cuando nuestro egoísmo se mezcla con una extraña pizca de amor, y lo último que pensamos es en esa palabra llamada resignación. Por eso nos duele tu partida, Mario, porque los hombres buenos como tú inscriben en nuestros corazones hermosos recuerdos, y borran todas las demás palabras que son inncesarias en este momento. Para eso finalmente vinieron a este mundo, para que nadie los deje de extrañar, jamás.

TÁCTICA Y ESTRATEGIA
Mi táctica es
mirarte
aprender como sos
quererte como sos

mi táctica es
hablarte
y escucharte
construir con palabras
un puente indestructible

mi táctica es
quedarme en tu recuerdo
no sé cómo ni sé
con qué pretexto
pero quedarme en vos

mi táctica es
ser franco
y saber que sos franca
y que no nos vendamos
simulacros
para que entre los dos
no haya telón
ni abismos

mi estrategia es
en cambio
más profunda y más
simple

mi estrategia es
que un día cualquiera
no sé cómo ni sé
con qué pretexto
por fin me necesites


Mario Benedetti. Foto: Daniel Mordzinski

10 mayo, 2009

Concierto de Jorge Drexler (15 de Mayo)


Hace un año Jorge Drexler y su guitarra aterrizaron por Lima e hicieron un concierto en el Polideportivo de la PUCP gracias a la producción de Mabela Martínez, la conductora del programa Sonidos del Mundo. Yo no pude ir a ese concierto porque me enteré faltando apenas dos semanas. Pero todo siempre tiene una revancha. Este año de conciertos, se ha anunciado que el día viernes 15 de mayo Jorge Drexler nos trae esa increible mezcla de poesía, electrónica y música otra vez. Dado que la primera vez no pude asistir a dicho concierto este viernes 15 sí iré, y en realidad tengo muchas espectativas del concierto que este uruguayo nos brindará y en donde sus admiradores podremos oír las mejores canciones de su más selecta discografía. Para quienes no han oído a Drexler, y se están animando a ir, les dejo una canción de este genial cantautor ganador del Oscar en el 2005 por la categoría mejor canción original con su tema “Al otro lado del río”.

Madre de Silvio Rodriguez

La canción Madre de Silvio Rodriguez es totalmente conmovedora. La primera vez que la oí me produjo un alivio musical porque supe que algún día habría de contar con ella, recuerdo que me dije a mí mismo cuando estaba en la universidad que sería Madre una canción que me serviría definitivamente para sobrevivir cuando sea yo quien esté lejos de la persona más importante en mi vida. A miles de distancias de este lugar, en un país en donde la libertad de expresión es una utopía, mi madre viaja por una extensa carretera hacia Maracaibo, de seguro ha de estar oyendo algún vals criollo o alguna música llanera en el auto. La recuerdo a distancia, feliz, radiante, festiva, y como sé que a ella a punto de tanta insitencia mía terminó por gustarle Silvio Rodriguez le dejo esta canción que es tan significativa para los dos.

09 mayo, 2009

Gran Torino de Clint Eastwood


Ese hombre flaco es realmente un genio. No le importó que al día siguiente tendría que estar parado más de seis horas frente a muchachos que no justificarían mis ojeras de cinéfilo madrugador ni mi cara de sueño. No le importó que fuera su voz la única que resonara en el segundo piso de mi casa, ni mucho menos le importó que todos se hubiesen tendido a los brazos de Orfeo, mientras este, su fiel admirador, ingenuamente se atrevía a pensar para sus adentros que vería media horita de su última película y la otra media horita la dejaría para el día siguiente porque “mañana hay que trabajar” (¡que ingenuidad la mía!).
Clint Eastwood y sus magistrales clases de buen cineasta, me pusieron palitos de fósforos en los párpados, y los ojos entonces se me hicieron menos cansados, y la noche me pareció menos corta porque a pesar que el reloj cabalgaba descontroladamente supuse que no se descansa porque se duerme las ocho horas sugeridas en un día, sino que por el contrario, se descansa porque se duerme feliz. Feliz como yo, que terminé la película y no pude aguantarme las ganas locas de llorar como un niño que ve la despedida de uno de sus actores y directores favoritos. El mismo que alguna vez mi padre me presentó (sin saber quién diablos era) en un cinta VHS diciéndome “¿Ya viste esta?” y yo que por aquel entonces solía ver todo aquello que cayese en mis manos, parado frente a él con pantalones cortos, carita ingenua, curiosidad latente, dije “No, papá” y de inmediato él prendió el televisor frente a mí y vimos —llegada la tarde— no una sino varias películas, y mi madre gritaba desde la cocina qué haces viendo eso con él, y yo no sé si aquello lo decía ella por mí o por mi padre.
Ese fue mi punto de partida con Clint Eastwood. Una simple casualidad, la mejor forma de conocer lo eterno. Ahora mucho tiempo después, Gran Torino me tomó esas dos horas que tanto me costaron al día siguiente levantarme. Pero qué importa, ni siquiera esa tarjeta tostadora acusando mi tardanza con ese rojo rojísimo, pudieron quitarme ese gustito medio extraño de decirle a quien se me cruzara por el camino que no dejara de verla, que sería un pecado no verla, que si no la ven...y no me importó esta vez que me miraran con cara de oye qué rareras te gusta ver, no me importó en absoluto ello, yo sólo sé que el viejo y sabio Clint tiene un maravilloso don para contar historias, un gran talento que se ha pulido con el correr de los años, y una particular y clásica forma de concebir el cine, y eso me basta porque me gusta.
Superhéroe al fin y al cabo, Clint Eastwood interpreta a Walt Kowalski, personaje recóndito, huidizo, huraño, anacoreta, irónico quien muestra y esconde los más recónditos secretos de un hombre que peleó en Korea, y sabe de venganza y sangre como cancha. Una extraña mezcla de Harry el sucio y justiciero de barrio. Walt Kowalski, un alter ego, evidente de Clint, alguien que lo tuvo todo y que ahora, ve que ha llegado no el momento de despedirse sino por el contrario de emularse, como sólo los héroes de guerra preferirían recibir a la muerte como sólo un kamikaze aceptaría su destino final. El mundo ha cambiado, dice Walt Kowalski, y yo te entiendo viejo Clint, en el fondo tu metáfora de la vida es una metáfora de cómo tú mismo vez al cine, ha cambiado, sí y mucho. Por eso en un mundo de matones y segregaciones raciales tú prefieres ser una especie de vaquero que mueve los dedos rápidamente esperando ese segundo de gloria que te permita sacar la Magnun calibre 45 y ser otra vez el héroe para volarle los sesos a los malos, pero los años no pasan en vano, y el odio como la venganza no es tan sabia como la justicia, esa palabra que ahora sólo los locos buscan en cada esquina. A cambio de esa arma de fuego brillante y bien aceitada mejor sería sacar un Zippo y demostrarle al mundo qué tan tetudos podemos llegar a ser si pensamos sólo en vengarnos y no enseñar nada a nadie, sobre todo a quienes vienen detrás nuestro.
Gran Torino, se llama la culpable, que me detuvo más de dos horas frente al televisor mordiendo la almohada, y sintiendo quizá lo más parecido que sentí cuando vi por primera vez Million dollar, baby. Llegó un momento y no sé exactamente cual fue en que relacioné ambas películas. La adopción de Frankie Dunn (Clint Esatwood) hacia la boxeadora (Hilary Swank) es tan parecida a la que Walt Kowalski hace hacia Thao. Y llama la atención aún más porque todo lo que odia durante la primera media hora de ambas películas termina siendo su única manera de volverse a sentir vivo.
No sé si realmente esta es (como afirman por ahí) una de las últimas películas que dirigirá Clint Eastwood, lo único que sé es que si durante toda su larga carrera llovieron críticas sobre él acerca de su extremado cuidado de las formas de concebir sus cintas, no sería justo ahora devolver esa tan asidua crítica, y reducirla a la simple pregunta ¿es que acaso no era necesario ello para separar la paja del trigo?