13 abril, 2009

Garcilaso de la Vega (*)


Este año se conmemora los 400 años de la publicación de “Los comentarios reales de los incas” (Lisboa, 1609), del Inca Garcilaso de la Vega. Así como también, los 470 años del nacimiento de su autor, el 12 de abril de 1539 en el Cusco.
No soy pitoniso, no leo cartas, no puedo saber qué piensan, pero sí puedo sacar un común denominador en base a la experiencia. Algún alumno mientras leía esta típica introducción, parado desde su ubicación, con las manos en los bolsillos y el calor chamuscándole la piel tanto a él como a mí, estaba pensando lo mismo que su compañero del costado, y ese pensamiento se prolongaba como una cadena infinita que se repetía como un eco en la cabeza de todos los presentes, ese pensamiento llegó a mí de manera clara, no se preocupen, sólo ese pensamiento, logré desde aquí descifrar sus gestos, no soy adivino he dicho líneas arriba, pero más de uno ante mi introducción ha pensado para sus adentros alguna de estas tres frases:
“Y a mí eso qué me importa”.
“Otra vez lo mismo”.
“A qué hora acaba de hablar este”.
Seamos sinceros, más de uno de los presentes quisiera decir las frases que he señalado, pero no lo hace por miedo, por respeto, por que le han enseñado en casa a callarse cuando alguien le habla de cosas que incrementarán sus conocimientos, y están lejanas a su entendimiento, sobre todo si cuando los que están hablando son sus maestros de escuela, sus-típicos-y-aburridos-maestros-de-escuela, aquellos que ustedes ven como los malos de la película de marzo a diciembre, y lo único en realidad que no ven es que ellos sólo intentan (cada día) enseñarles algo nuevo para que su futuro sea menos infeliz de los que no gozan de educación.
(Ahora sí podré hablar tranquilo de Garcilaso, todo lo que siga después de lo que he señalado corre por su propia responsabilidad, quien tenga oídos que oiga.)

*
Les comentaba que se cumplen 400 años de la publicación de un libro vital para todos nosotros, “Los comentarios reales”. No es, o mejor dicho, no debería ser entonces una fecha cualquiera, pero lamentablemente para la gran mayoría de peruanos sí lo es. Empezando desde la educación primaria y secundaria (base de toda educación) me atrevo a decir que muy pocos alumnos (incluidos maestros) saben en realidad quién fue este personaje por el cual estamos hoy reunidos. No faltará seguramente quien ante el nombre de Garcilaso preferirá a cambio emitir un enorme, profundo y estruendoso bostezo. No sería condenatorio ni mucho menos coherente exigirle a un muchacho de colegio que valore a un autor que fue la clara muestra de la hibridez cultural de este variopinto país, si sobre todo nunca se le enseñó a ese alumno bien la importancia de Garcilaso, por ejemplo, en la historia del Perú. A saber. Todos sabemos que uno de los incentivos más importantes de Túpac Amaru (además del propio), antes de su rebelión, fue la lectura de “Los comentarios reales”, a tal punto que el Virrey Abascal, al darse cuenta de que la lectura incentivaba a la élite indígena prohibió su lectura y publicación. Caso contrario fue la recepción de los europeos quienes leían a Garcilaso como si se tratase de un intelectual europeo.
Me pregunto yo, cómo exigirle el mínimo respeto a un alumno de colegio hacia la obra de Garcilaso si en clases de literatura, por ejemplo, no se les narra a los alumnos el drama humano detrás del personaje histórico, aquel drama que consistió en tener que dejar a su madre la princesa Isabel Chimpu Ocllo, con el único recuerdo de una chacra tan sólo por ir a España a buscar los favores de la corte y de su padre, el capitán Sebastián Garcilaso de la Vega. Como intentar crear en los jóvenes un apego hacia su cultura si sus maestros hablan de cosas difíciles con palabras aún mucho más difíciles, y no muestran a Garcilaso como lo que fue, un marginal, un paria, un apestado de su casta, tan sólo por no ser nacido de padre y madre española, en pocas palabras por no ser “puro”, sino que por el contrario haber provenido de un vientre indígena. Eso es Garcilaso, un mestizo, que pasó gran parte de su vida dedicado a escribir uno de los testimonios más importantes de la literatura peruana, porque ahí están nuestros orígenes, nuestra procedencia, nuestra ventana hacia el futuro, porque sólo seremos capaces de sentirnos un poco Garcilasos si todos nosotros no dejamos pasar un día tan importante como este como los típicos peruanos que yacen afuera de las escuelas y se han encargado de cualquier cosa menos de hacernos sentir netamente peruanos.
Garcilaso (antes llamado Gómez Suárez de Figueroa) habló de temas transversales en “Los comentarios reales” como el tema de la identidad y el mestizaje, todo ello fueron valiosos testimonios culturales heredados por hombres como él que fueron de una u otra forma nuestros primeros escritores y que detallaron sus experiencias en las llamadas crónicas, las mismas que sirven, por ejemplo, para contar retazos de la historia que despierten la curiosidad de los más jóvenes.
No sé si les pasará lo mismo a los profesores de historia, pero particularmente nunca me ha fallado contar el capítulo IV del libro primero de “Los comentarios reales” que se titula “La deducción del nombre Perú” donde Garcilaso nos cuenta la situación equívoca que dio lugar a una palabra que no existía en el lenguaje de los indios ni de los españoles. Cada vez que cuento la historia de una embarcación española topándose con una pequeña balsa indígena, los muchachos se quedan sorprendidos, llegan a saber que fue un indígena quien pronunció por primera vez el nombre de Velú, creyendo responder a la pregunta de dónde estaban los españoles en aquel momento. Velú, dijo un indígena, este mismo nombre fue modificado al de Pelú, y los españoles se encargaron de relacionarlo con el nombre de Perú.
Para algún despistado alumno, que creía que la celebración del primer cronista mestizo del Perú no era otra cosa más que parte de una agenda anual, y motivo de una formación sin sentido en el patio del colegio, un salir de clases por las puras, un pretexto, queda absuelta su duda. Ha sido un placer absolverla.

* El presente texto me fue encargado para ser leído en el auditorio del cole, donde actualmente trabajo.