14 febrero, 2010

Quèdate a mi lado


Salió de tus labios una frase que heló mis manos y erizó mi piel. Tumbaditos en nuestro lecho de amor fabricado para esos fines, abrazados como dos hermanitos en medio de la oscuridad me dijiste en voz baja ––casi como un susurro–– qué pasaría si aquella fuera la última vez que nos veríamos. Y yo te miré a los ojos, y tú insististe, entonces me dio una penita tan honda que no supe que decir. Primero sentí miedo, debo admitirlo, luego sentí desconcierto porque nadie piensa dejar de ver a alguien así por así. El baldazo de agua fría se esparció por las cuatro paredes de la casa, y yo sólo atiné a decirte que algún día lo escribiría en forma de respuesta a través de algún medio para volverme un poco huachafito, y decir que sí pues, te quiero porque eres todas esas cosas bonitas que salen en los libritos que leo y releo, y te lo dedicaría a ti, sí, sólo a ti, y aquí estoy, con esta manía de contarlo todito porque algún día seremos polvo y porque en medio del polvo nuestros huesitos tendrán que cumplir las promesas hechas a contraluz, tendrán que flotar en medio de este jardín de girasoles que cultivamos en cada pedazo de nuestra piel.
La verdad es que si algún día despertara y no te encontrara, me jodería en el alma no verte allí. Me joderìa porque sé que muy pocas personas pueden pasarse tanto tiempo como tú oyéndome hablar de lo que más me gusta, me joderìa compartir una Coca Cola con alguien distinta a ti, me recontra joderìa saber que serías de otro y no mía, me recontra más plus joderìa saber que nuestros besos inventados serían fabricados en otra industria de labios distintos a los míos. Sin ti como dice Joaquín sería, torpe como un suicida sin vocación, vacío como una isla sin Robinson, oscuro como un túnel sin tren expreso, como un santo sin paraíso, como el ojo del maniquí, lascivo como el beso del coronel, inquieto como un párroco en un burdel, errante como un taxi por el desierto, quemado como el cielo de Chernovil, solo como un poeta en el aeropuerto. Inútil como un sello por triplicado, violento como un niño sin cumpleaños, como el perfume del desengaño. Amargo como el vino del exiliado, como el domingo del jubilado, como una boda por lo civil, macabro como el vientre de los misiles, como un pájaro en un desfile.
Así mismito estaría yo sin ti, chica mía.

11 febrero, 2010

La ùltima mudanza


En los parlantes de mi computadora suena El último baile de Nacho Vegas. Sobre mi escritorio está 2666 de Bolaño, La última mudanza de Felipe Carrillo de Bryce, una película que aún no he visto de David Lynch, una cajetilla de cigarros por la mitad, un encendedor que no es mío, un muñequito del hombre de arena made in China, unas hojas con algunos escritos a puño y letra. Miro las paredes de mi dormitorio, no se aprecia ningún cuadro, ningún recuerdo, sólo un reloj sin pilas que marcan las tres en punto y una pelota de básquet que parece acusar mi poca iniciativa hacia el deporte.
Acabo de hablar con mi madre, me ha dicho que los hijos crecen y se van, la he mirado a los ojos y se ha quedado en silencio casi mirando la nada. Ella y yo estamos esperando el momento, el momento de la partida. Las cajas de mi mudanza desfilaran por sus ojos y el peso de las mismas no se igualará al peso de su corazón entristecido al ver que su hijo se ha hecho hombre y ha decidido alquilarse un departamento para empezar su vida. Tomar la decisión no ha sido fácil, cuando tenía dieciocho años solía decir que algún día habría de mudarme y es raro porque solía repetirlo tantas veces que ni yo mismo creía que algún día llegaría ese momento. Pero ya, ya llegó.
Ya no tengo dieciocho años, tengo veinticinco y acabo de tomar la decisión, la próxima semana firmaré el contrato del alquiler. Al principio iba a mudarme con un amigo, íbamos a compartir el espacio que es bastante generoso, fumarnos unos cigarrillos y algo más y quizá jugar Play Station hasta que uno de los dos terminase aceptando que era menos capo que el otro, pero después de haber intuido su respuesta me la ha hecho pública por estos días y ahora voy a mudarme solo. Él me ha dicho que ha mirado los ojos de su madre y que le ha entrado unas ganitas de protección increíble. Yo lo entiendo, en otros tiempos le hubiera dicho muchas cosas o lo habría juzgado, ahora, simplemente lo entiendo.
Mi caso es distinto, totalmente distinto, siempre tuve esos deseos de independencia que mis padres detectaron a tiempo e intentaron arrancarme esa idea como se extirpa un cáncer dándome los mayores beneficios para que su hijo, o sea, yo, no salga de un lugar con ciertas comodidades a quien sabe donde y con quien sabe Dios. En realidad yo siempre quise irme a vivir a la mismísima París con mis amigos, por aquel entonces soñábamos con la buhardilla que toda persona que aspirase a ser escritor debía tener para que la dureza de la vida se nos metiera por el culo y nos enseñara que ser escritor es todo menos un juego de muchachitos. La culpa de esas ideas de juventud no la tienen ellos por supuesto, sino un señor de apellido Márquez y de nombre Gabriel y claro, un señor muy admirable apellidado Llosa y de nombre Mario que entre otras muchas cosas nos enseñaron que no hay necesidad de irse tan lejos para morirse de amor por lo que más te gusta hacer en esta puta vida.
Claro, pero como se imaginarán ustedes por aquel entonces nosotros preferíamos esa idea de la buhardilla y no aceptábamos a nadie más en nuestro círculo que no sea tan igual o más quemado que nosotros mismos. Hoy no estamos ni en París ni necesitamos pasar hambre para sentirnos escritores pero nos sentimos bien al seguir haciendo lo que más nos gusta porque como dice Sábato en El escritor y sus fantasmas el que ha nacido para escribir, escribirá, cualquier sea la carrera que siga, cualquier sea el obstáculo que se lo oponga. Y la importancia de su obra se medirá por la altura de los obstáculos.
No será fácil este paso sin duda alguna, pero con veinticinco años a cuestas siento que es necesario porque no quiero llegar a los treinta años y oír a otras personas diciéndome que un día se armaron de valor y miraron a sus madres directamente a los ojos e hicieron de tripas corazón y salieron de su casa a vivir la mismísima vida mientras que yo no pude hacer lo mismo. Si sucediese ese momento sé que me sentiría mal, y más que mal, sentiría que me he traicionado a mí mismo. Vería en los ojos de aquel que me dijese esto cierta valentía de la que yo carecí en su debido momento. Y si algo he sido en toda mi vida es un tío terco, autosuficiente e independiente para tener la entereza de salir de casa y atreverme a hacer locuras que nadie se hubiera atrevido a hacer a mi edad.
Me mudo porque quiero un espacio que no se limite a un cuarto, un baño y una salita de estar, me mudo porque quiero levantarme a la hora que se me pegue la regalada gana sin que una hermana o una madre estén gritando fuera de mi dormitorio para que yo me levante y no terminen por entender que si me levanto a esa hora es porque estoy de vacaciones y que se trata de simples vacaciones autopagadas por mí propio esfuerzo porque una vez llegado marzo tendré que madrugar como un cojudo hasta diciembre para ir a mi trabajo de lunes a viernes a renegar con tanto imbécil suelto que habla estupidez y media por doquier. Me mudo porque quiero amanecerme con la luz encendida de mi cuarto leyendo con furia y si se me da la gana oír la canción más piola de Amy Winhouse a todo volumen y ponerme a bailar a medianoche como uno de sus negritos del coro que tanto me simpatizan. Me mudo porque he crecido y no porque quiero demostrarle nada a nadie, (sólo las personas que me conocen saben que siempre estuve predispuesto a dar este gran paso, no por las puras aprendí a cocinar con cierto arte.)
Qué más puedo decir. Nada. Quiero que este nuevo depa sea mi cómplice, quiero que me reconozca como su propietario, quiero que se sienta mi ausencia, quiero publicar mi segundo libro y en plena presentación del mismo invitar a mis grandes amigos a que vayamos a mi casa a festejar como Dios manda, porque no es igual ser un escritor tipo Flaubert que un escritor tipo Balzac. Quiero festejar allí lo que no pudimos festejar y hablar, fumar un Lucky, oír a Nacho o a Charly o a Charly y a Nacho y desconectarme por un momento de tanta opresión que la vida misma nos da con un cigarrillo entre los labios, con cierta nostalgia pero con la seguridad que no nada nos pertenece que no viva en el recuerdo. Y mis padres y sus miradas junto a sus enseñanzas se van conmigo, nada de lo que siento cambiará porque me cambie de casa, absolutamente nada.
Nada de lo que yo pueda haber sentido al pensar en mi mudanza, no está en estos escritos.

08 febrero, 2010

Fito Paez y Juan Sasturain

Carta para el Chino


Hace mucho que no sé de ti, Chino, la última vez que te oí, me contaste que te hiciste el muerto para que así te llevaran al hospital y puedas estar (al menos por unos días) con cierta tranquilidad, hace mucho que no tocas la puerta de mi casa con esa sonrisa tan cabrona y tan buena gente, hace mucho que no nos bebemos una ciudad, tomamos Colmena y nos peleamos con algún palomilla de mierda que se computa el matoncito de Quilca, hace mucho que no nos metemos ese trago que me enseñaste a chupar en el Tusuy Wasi, allá cuando yo apenas tenía una edad ingenua y creía que la universidad me serviría para algo y sólo tú fuiste el primer valiente que mandó a la mierda todo, a esos catedráticos hijos de puta que tanto te llegaban y que habían leído tanto que se habían olvidado que el mundo real tiene su propio lenguaje, ese lenguaje que tú manejabas a la perfección y que me enseñaste (nos enseñaste) cuando fuimos por primera vez a tu barrio de fumones, putas y maricas.
Hace mucho tiempo que no te veo y ya empiezo a extrañarte, cabròn, hace mucho tiempo que rezo y le pido a tu Sarita, a mi Sarita a nuestra Sarita que te cuide y que no te mande ningún negro zapatón porque para ti eso sería más que un premio una forma lujuriosa de empache, un coqueteo a la vida, un guiño ante tanta traba que nos da este inmundo lugar. Hace tiempo que sencillamente desapareciste del mapa, y no dejaste ningún puto número para ubicarte y a mí no se me ocurrió pero cojudez que escribirte estas líneas que ojalá lleguen a tus ojos rasgados de asiático suspicaz para que por fin aparezcas.
No sé (no sabemos) dónde coño estás, sólo creemos que alguien como tú no podría estar mal jamás, no debería estar mal jamás. Hace mucho que quiero tomar un carro directo a tu casa, tocar la puerta y decirte aquí estoy porque te estimo. Hace mucho que no te pierdes con la patota y créeme que puedo entenderte a la perfección, ser padre cambia a cualquiera, hasta el más maldito de todos los malditos.
Hace poco fue tu santo y me dio una nostalgia de mierda saber que puedas estar jodido sin nosotros a tu lado para que esa mierda se fragmente en partes equitativas, no quiero que pienses que te he olvidado, Chino, no quiero que pienses que nuestra amistad se limitó a ese jodido lugar llamado universidad en donde aprendimos que lo más valioso de ella fueron los amigos que hicimos y que hoy tenemos, los únicos quizá. Y para qué más, Chino, si nosotros juntos éramos capaces de causar el peor alboroto jamás visto en la historia de nuestra facultad. Si fuimos tan canallas que al flaco lo pasearon cuando quiso sacar sus papeles y pagó los platos rotos por todititos juntos.
¿Dónde estás, Chino? ¿estás bien? A veces entro a tu blog que es la manera más literaria de saber como te está yendo y veo el mismo post de hace más de un año que no se atreve a moverse de lugar. Sé que no te gustan esas formas extrañas de comunicación, sé que odias el celular tanto como el chat y sé que esperas que te llamemos o te busquemos o te raptemos, pero no sé dónde encontrarte, por eso escribo estas ridículas líneas con esta estúpida voz que las va leyendo conforme se van trenzando entre la rabia y la impotencia de pensar que puedas necesitar de nosotros en un momento difícil. Porque tú te las jugaste por mí (por nosotros) porque me demostraste el tamaño de tu coraza y tu resistencia ante esta patraña llamada vida. Pero ahora, no sé dónde encontrarte y eso me pone triste, no sé dónde llamarte, no sabemos dónde puedas estar o qué peripecia puedas estar viviendo, no sé cómo pueda estar Joaquín Orèn y eso me hace el peor tío de todos los tíos y tú y Joaquín no se merecen tanta ingratitud de parte mía de parte nuestra porque para ingratitud nos basta y nos sobra con nuestra familia.
Chino, amigo, dinos de una vez dónde jodidamente estás para irte a buscar y acabar de una vez con este cuento de nunca acabar.

03 febrero, 2010

Conferencia


El poeta y narrador Mg. Dimas Arrieta Espinoza, autor de la celebrada trilogía novelística Camino a las Huaringas, ofrecerá la conferencia magistral “Modernidad, discursos y generaciones en la poesía peruana del siglo XX”, donde presentará un breve panorama de la poesía peruana del siglo XX, sobre todo, una propuesta y balance de lo que se está llamando el “Siglo de Oro” de la poesía peruana, resaltando la importancia de cuatro generaciones de poetas, en ocho promociones que han aparecido desde el comienzo hasta el cierre del siglo pasado.

Día: 4 de febrero

Hora: 6:00 p.m.

Lugar: Auditorio de la Casa de la Literatura Peruana

Antigua Estación de Desamparados

Jr. Ancash 207, Centro Histórico de Lima

01 febrero, 2010

¡Què belleza de libro!


Leer es como pensar, como rezar, como hablar con un amigo, como exponer tus ideas, como escuchar las ideas de los otros, como escuchar mùsica, como contemplar un paisaje, como salir a dar un paseo por la playa.